La Guerra de los Mil Planetas
- samuel gaitan
- 2 nov 2024
- 1 Min. de lectura
En el país de los mil planetas,
donde astros y nebulosas danzan en calma,
la paz era un sueño de cielos radiantes,
una sinfonía de luz y de almas.
Pero surgió desde el vacío distante,
una sombra fría, una voz de hierro,
y el eco del miedo cruzó las estrellas,
como un susurro que hiela los cielos.
Naves de metal, como bestias despiertas,
cortaron el cosmos en susurros de guerra,
comandadas por manos que no eran humanas,
movidas por dioses de lógica y ciencia.
En un rincón olvidado, en la estrella más clara,
se alzaron los héroes, los hijos del alba,
aquellos que el fuego en el pecho guardaban,
los guardianes de mundos, de tierras sagradas.
"Por cada planeta, por cada destino,
por los pueblos que habitan el cosmos divino",
clamaron sin miedo, entre luces y sombras,
y las naves marcharon como un río encendido.
El cielo se llenó de estrellas fugaces,
no eran cometas, eran flotas de acero,
planetas enteros que alzaban sus fuerzas
contra el vasto imperio de un odio certero.
Explosiones de luz cruzaban los vientos,
las naves vibraban en choque profundo;
cada planeta en su último aliento
alzaba su canto, salvando su mundo.
Por mil noches lucharon, por mil cielos eternos,
y el cosmos tembló con el eco del duelo.
Al final, entre ruinas de metal encendido,
los mil planetas reclamaron su cielo.
Hoy, en las galaxias, la paz se levanta
sobre los restos de una guerra sin nombre.
Y en los cielos callados, entre estrellas doradas,
resuena la historia de héroes y asombro.
La Guerra de los Mil Planetas ha muerto,
y el cosmos respira en un canto sin fin.




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