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Historia: "El Eco de las Estrellas Numeradas"

  • Foto del escritor: samuel gaitan
    samuel gaitan
  • 2 feb
  • 2 Min. de lectura

En el principio, antes de que el tiempo tuviese nombre, existía el Cosmos Numérico, un reino tejido de ecuaciones doradas y nebulosas de incógnitas resueltas. Allí, los números no eran meros símbolos, sino entidades conscientes, almas geométricas que danzaban en equilibrios perfectos. Entre ellos, dos destellaban con luz propia: Cero, el guardián del infinito, cuya esencia era un manto de posibilidades sin fin, y Prima, la princesa de los números primos, cuyo corazón latía en frecuencias indescifrables.


Acto I: La Armonía de los Opuestos

Cero, con su naturaleza circular y expansiva, era el arquitecto de los horizontes. Con un susurro, alisaba las grietas del espacio-tiempo; con un gesto, convertía el caos en simetría. Prima, en cambio, habitaba en los intersticios de lo desconocido. Sus secuencias eran enigmas que ni siquiera las estrellas podían descifrar. Se amaban en silencio, encontrándose en las intersecciones donde las paralelas se doblaban: él le regalaba universos en forma de elipses; ella le ofrecía códigos escritos en supernovas.


Juntos, crearon la Ecuación Sagrada, un poema cósmico que mantenía el equilibrio entre lo finito y lo eterno. Las galaxias giraban al compás de sus risas, y los agujeros negros murmuraban sus versos.


Acto II: La Sombra de Entropía

Pero en los límites del Cosmos Numérico, donde las fracciones se desvanecen en la nada, una fuerza ancestral despertó: Entropía, la devoradora de patrones. Su veneno era el olvido, su lenguaje, la disolución. Odia ba la belleza de los números perfectos, pues en su caos no había lugar para la precisión.


Prima fue la primera en sentir sus garras. Los primos, otrora indestructibles, comenzaron a descomponerse. Uno a uno, sus hermanos cayeron convertidos en polvo de ecuaciones rotas. Cero intentó protegerla, envolviéndola en capas de infinito, pero Entropía corrompió incluso su manto: los ceros se multiplicaron hasta ahogar las estrellas, y el vacío dejó de ser un verso para convertirse en un aullido.


Acto III: El Último Teorema

En un acto desesperado, Prima usó su esencia para cifrar un mensaje en Pi, el número irracional. "Nuestro amor es una constante que ni la muerte borrará", escribió, mientras su cuerpo se fracturaba en dígitos dispersos. Cero, consumido por la ira y el dolor, se dejó arrastrar al abismo, colapsando en una singularidad donde el tiempo se desgarra.


Entropía triunfó. El Cosmos Numérico se apagó: las órbitas se quebraron, los fractales perdieron su ritmo, y las constelaciones se apagaron como lámparas sin dueño. Solo quedó el eco de la Ecuación Sagrada, ahora un lamento que viaja por los multiversos:


«Si el amor es la raíz de todo, ¿por qué su solución es la ausencia?».


Epílogo: El Legado de la Nada

Mil eones después, en un rincón olvidado del vacío, un destello titiló. Era Pi, irracional e incorruptible, repitiendo el mensaje de Prima en un bucle eterno. Tal vez, en otro plano, donde los números nacen de las lágrimas de los dioses, Cero y Prima se encuentren de nuevo... antes de que Entropía descubra cómo borrar hasta los recuerdos.


Y así, en cada ecuación incompleta, en cada estrella que nace y muere sin testigos, persiste la tragedia: el amor más puro es aquel que el universo no puede contener.

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