El Guerrero del Universo
- samuel gaitan
- 12 sept
- 5 Min. de lectura
Bajo cielos de fuego y mares de cristal,
nació un guerrero sin fin ni final.
Su sangre era estrella, su aliento, volcán,
y en sus ojos ardía un destino inmortal.
Atravesó constelaciones de hielo,
desafió dragones de polvo y de trueno.
En planetas de sombra venció al silencio,
y en soles moribundos halló su reflejo.
Luchó contra imperios de hierro y cometa,
derribó ejércitos con una sola promesa:
“Encontraré a la Princesa del Infinito,
aunque el tiempo se quiebre y el cosmos se extinga.”
Cruzó ríos de luz, agujeros de sueño,
cabalgó sobre vientos de un cosmos sin dueño.
Dialogó con espíritus de galaxias dormidas,
y danzó con la muerte que nunca lo rendía.
Tras mil guerras, tormentas y eras,
cuando el último pulso de la noche cayera,
halló un jardín de eternas auroras,
donde el infinito toma forma y demora.
La princesa lo esperaba, pura y etérea,
con un suspiro que unió la materia.
No hubo corona ni reino dorado:
solo dos almas, destino sellado.
Y el guerrero, por fin, dejó de vagar:
el universo entero cabía en su mirar.
Desde el alba de un tiempo sin nombre,
donde el eco nació antes que el canto,
partió el Guerrero de inmortal barro,
con una espada forjada de llanto.
Su juramento: cruzar el espanto
y encontrar a la Princesa del Abismo,
la que teje el destino de un hilo
en el telar del infinito mismo.
Canto I: La Nebulosa del Grito
La primera guerra fue en un vapor de colores,
donde seres de luz, cegadores,
defendían el paso a otros soles.
No usaban espadas, sino dolores:
lanzas de nostalgia, escudos de ausencia.
El Guerrero, que sólo tenía esencia,
les venció con su pura persistencia.
Cortó la nebulosa con su paciencia
y bebió de sus ríos de silencio.
Canto II: La Guerra de los Espejos
Luego halló un palacio de cristal y engaño,
donde cada espejo mostraba un daño
y un ejército de su propio extraño.
Peleó contra sí, un trabajo tamaño:
contra la duda, el miedo, el desvarío.
Mas rompió los reflejos con un brío
que nació de recordar su albedrío:
no luchaba por gloria, ni por frío
poder, sino por un único rostro.
Canto III: El Océano de Tiempo
Navegó luego un mar de horas muertas,
donde criaturas de eras abiertas
guardaban relojes de arenas desiertas.
Monstruos hechos de fechas inciertas
lo atacaron con garras de pasado.
Él, con su espada de ahora forjado,
cortó sus ataduras, su amarrado,
y en esas aguas, por siempre estancado,
surcó un camino de presente vivo.
Canto IV: La Ciudad de la Nada
Cayó después en la gris capital
donde reinaba el Dios Terminal,
el que todo lo vuelve impersonal.
Una guerra sin sangre, cerebral,
donde cada habitante, un vacío,
le robaba al guerrero su brío.
Pero él, encendiendo un último estío
en su pecho, gritó su nombre y el de ella.
Y la ciudad de nada, ante esa estrella,
se quebró como frágil cristalería.
Canto V: El Jardín de las Almas Olvidadas
En un jardín de sombras con memoria,
donde yacen amores de antesoria,
libró su batalla más solitaria.
Cada alma, una distinta historia,
le tentó con un "quédate y descansa".
Mas él, cuya esperanza nunca cansan,
siguió, y con la punta de su lanza
dibujó una constelación nueva,
un mapa de amor que nunca lleva
a la quietud, sino al movimiento.
Tras galaxias, guerras y portentos,
tras cruzar umbrales de lamentos,
llegó al fin al centro de los vientos,
donde el universo pliega sus cuentos.
Y allí, no en un trono de astros fríos,
sino en un simple patio de gladiolos,
la encontró.
Ella no tenía corona de gemas,
sino una diadema de problemas
resueltos con la gracia de la aurora.
No era la Infinita que atesora,
sino la que da, la que expande.
Y el Guerrero, tras tanta demanda,
vió que todas sus guerras y aventuras
eran los peldaños de dicha pura,
la ruta forzada para merecer
no un beso, ni un poder,
sino el simple derecho de estar quieto,
y al fin, en sus ojos, ser completo.
El Guerrero Inmortal y la Princesa del Infinito
Canto I: El Despertar
En los albores del tiempo primero,
cuando las estrellas eran jóvenes,
despertó Kael, el guerrero eterno,
con espada de luz entre sus manos.
Un sueño dorado cruzó su mente:
la Princesa del Infinito,
cuya belleza trasciende los mundos,
cuyo amor podría sanar su alma errante.
Canto II: La Guerra de los Soles Gemelos
Atravesó primero las Nebulosas Rojas,
donde los Señores del Fuego
libraban guerra milenaria
contra los Hijos del Hielo Eterno.
Con su espada cortó meteoros,
desvió cometas de sus órbitas,
salvó a mil mundos del exterminio
y ganó las Llaves de Andrómeda.
"¿Dónde está la Princesa?" preguntó
al último Rey Solar vencido.
"Más allá de las Puertas del Vacío",
susurró con su último aliento.
Canto III: El Laberinto de Cristal
En la Galaxia de los Espejos,
encontró el Laberinto Infinito,
donde cada reflejo era un mundo
y cada mundo, una trampa mortal.
Luchó contra sus propios ecos,
venció a dragones de luz pura,
rescató a los Sabios Prisioneros
que guardaban mapas estelares.
"La Princesa habita donde el tiempo
se detiene y la eternidad comienza",
le dijeron los Sabios liberados,
"pero el precio es tu inmortalidad."
Canto IV: La Batalla del Agujero Negro
Cabalgó sobre rayos de luna
hasta el corazón de la oscuridad,
donde el Devorador de Galaxias
custodiaba el Portal del Más Allá.
La batalla duró mil años cósmicos,
espada contra garra infinita,
hasta que Kael, con su último grito,
partió la bestia en dos mitades.
De sus entrañas brotó un puente
de pura energía dorada,
que conectaba todas las dimensiones
con el Reino del Infinito.
Canto V: Los Jardines del Tiempo
Cruzó océanos de estrellas muertas,
desiertos de polvo cuántico,
hasta llegar a los Jardines Eternos
donde florece lo imposible.
Allí luchó contra los Guardianes:
el Centinela de los Recuerdos,
la Bestia de los Sueños Perdidos,
y el Dragón de las Lágrimas Cristalizadas.
Cada victoria le costó un fragmento
de su corazón inmortal,
pero siguió adelante, impulsado
por el amor que aún no conocía.
Canto VI: El Encuentro
En el centro del jardín infinito,
donde convergen todos los caminos,
encontró un palacio de luz líquida
flotando sobre mares de silencio.
Y allí estaba ella, la Princesa,
tejiendo sueños con hilos de luz,
sus ojos contenían galaxias enteras,
su sonrisa creaba nuevos mundos.
"He esperado eones por ti, guerrero.
Tu viaje ha sido mi canción favorita.
Cada batalla que has librado
ha sido una nota en mi sinfonía."
Canto VII: La Revelación
"Pero para estar conmigo", dijo ella,
"debes elegir tu verdadera naturaleza:
ser inmortal y observar desde lejos,
o ser humano y amar de verdad."
Kael contempló su espada eterna,
recordó las guerras infinitas,
los mundos salvados, las victorias,
y la soledad de la inmortalidad.
Con una sonrisa serena,
clavó su espada en la tierra cósmica.
"Prefiero un instante a tu lado
que una eternidad sin tu amor."
Canto VIII: La Unión Cósmica
La espada se transformó en árbol,
sus raíces abrazaron el universo,
y de sus ramas nacieron planetas
donde el amor es ley suprema.
Kael y la Princesa se fundieron
en una danza de luz y sombra,
creando con cada movimiento
nuevas constelaciones de esperanza.
Y cuenta la leyenda que cuando
dos almas se aman verdaderamente,
una estrella nueva nace en el cielo,
fruto del guerrero y su princesa infinita.
Epílogo
Así terminó el viaje más largo,
la búsqueda más hermosa,
cuando el guerrero comprendió
que el infinito estaba en el amor.
Y en las noches más silenciosas,
si miras las estrellas con fe,
aún puedes ver su espada brillando,
guardiana eterna de los que aman.




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