El Eclipse de los Mil Planetas
- samuel gaitan
- 20 sept 2024
- 4 Min. de lectura
En el país de los mil planetas, donde las estrellas se entrelazan con hilos invisibles y las galaxias susurran secretos de amores perdidos, nació una historia que desafía las leyes del tiempo y del cosmos.
La Princesa del Infinito, hija de los banqueros más poderosos de la galaxia, vivía rodeada de lujos incalculables. Su vida, tallada en oro y piedras preciosas, no conocía el dolor de la carencia, pero sí el de la soledad. Encerrada en un palacio de cristal y cuentas bancarias, su corazón anhelaba algo más que riquezas. Bajo sus ojos, que reflejaban las estrellas más lejanas, se escondía el deseo de un amor auténtico, un amor que no se comprara ni se vendiera.
Del otro lado del universo, el Guerrero Inmortal gobernaba su propio imperio. Era un empresario feroz, un hombre que había desafiado las leyes del cosmos, vencido a sus enemigos y construido fortunas que hacían temblar planetas enteros. Pero a pesar de su poder y su inmortalidad, había algo que ni sus conquistas ni sus riquezas podían darle: un amor puro, real, que lo elevara por encima de las estrellas.
El destino, como siempre caprichoso, los unió en un eclipse cósmico. Entre las sombras de Saturno, en un rincón del espacio donde el tiempo parecía detenerse, sus caminos se cruzaron. Ella, vestida con un manto de luz celestial, y él, cubierto por la armadura de sus batallas pasadas, se encontraron. No dijeron palabras, porque no las necesitaron; sus miradas hablaron por ellos, como dos cometas que se reconocen en la vasta oscuridad del universo.
Pero su amor, tan poderoso como las mareas estelares, estaba prohibido. Los banqueros que controlaban las economías de los mundos jamás permitirían que la Princesa del Infinito se uniera al Guerrero Inmortal, un hombre cuyas manos habían tocado más guerras que billetes. El orden de las galaxias dependía de que sus mundos permanecieran separados, y cualquier unión entre ellos amenazaba con desmoronar ese frágil equilibrio.
A pesar de las barreras, no podían evitar buscarse. En las sombras, en los márgenes de los sistemas solares, se encontraban en secreto. Cada beso robado era una promesa rota al universo, y cada caricia, un desafío a las estrellas mismas. Sabían que estaban condenados, que sus caminos nunca se cruzarían bajo la luz del día, pero no podían resistir. Su amor, como una supernova, brillaba con una intensidad que ningún poder podía apagar.
Con cada encuentro, su pasión crecía, pero también lo hacía la distancia que los separaba. Los banqueros, vigilantes desde sus tronos estelares, comenzaron a sospechar, y pronto las fuerzas del destino se alinearon para mantenerlos separados. Sus mundos se convirtieron en prisiones doradas, y los ecos de sus promesas se disolvieron en el vacío del cosmos.
El Guerrero Inmortal luchó con todo lo que tenía, enfrentándose incluso a las fuerzas invisibles que controlaban los destinos de los planetas. Pero ni su inmortalidad ni su poder podían cambiar lo inevitable. El amor entre ellos era un desafío a las leyes de la naturaleza, un acto de rebelión que el universo no podía permitir.
La Princesa del Infinito, atrapada en su reino de riquezas y sombras, esperaba en silencio, susurrando su amor a las estrellas, confiando en que, aunque sus cuerpos no pudieran unirse, sus almas lo harían en algún rincón perdido del tiempo y el espacio.
Y así, en el país de los mil planetas, se tejió una leyenda. Los amantes se encuentran en cada eclipse, en el breve instante donde la luz y la oscuridad se besan, desafiando la eternidad. Porque aunque sus mundos los mantengan separados, el amor imposible entre el Guerrero Inmortal y la Princesa del Infinito nunca muere. Sólo se transforma, navegando por el cosmos, dejando una estela de estrellas que cuentan su historia a quienes las miran.
Los habitantes del país de los mil planetas saben que, en cada eclipse, esos dos corazones se rozan, aunque sea solo por un momento. Y aunque el amor de los inmortales esté condenado, sus almas seguirán buscándose en las sombras del tiempo.
Porque el amor, incluso en los confines del infinito, nunca deja de brillar.
En el país de los mil planetas,
donde las estrellas bailan en red,
un amor prohibido, en silencio, florece,
entre el Guerrero Inmortal y la Princesa del Infinito,
un romance que el destino teje.
Ella, hija de banqueros galácticos,
bajo un manto de joyas y luces lejanas,
reina en la órbita de sus mundos dorados,
prisionera del lujo, en su jaula de plata,
pero su corazón ansía otros horizontes.
Él, el Guerrero Inmortal, forjado en batallas,
empresario del cosmos, que al fuego ha desafiado,
su alma indomable, su lucha incansable,
un hombre que el tiempo no puede derrotar,
pero que el amor lo hace vulnerable.
Se encontraron en un eclipse de astros distantes,
cuando los anillos de Saturno cantaban su nombre,
él le ofreció su mano, ella su mirada,
y el universo suspiró por su destino imposible.
Sus corazones latieron al unísono, como dos cometas que al chocar,
despertaron la tormenta de la pasión callada.
Pero los cielos no les dieron permiso,
pues su amor prohibido desafía la ley de las galaxias,
él, el Guerrero, no puede pertenecer a ella,
la Princesa del Infinito, atada a un legado de frías finanzas,
sin poder escapar de su corona vacía.
Y así, en las sombras del tiempo, se hallan y se pierden,
como dos estrellas condenadas a rozarse sin tocarse,
en cada encuentro secreto, en cada susurro robado,
desafían al destino, aunque su amor se marchite.
Entre las constelaciones su promesa es eterna,
aunque los mundos no los dejen estar juntos,
el Guerrero Inmortal lucha por su sueño,
y la Princesa del Infinito, en silencio, espera,
porque en el país de los mil planetas,
el amor imposible nunca muere, solo se transforma.




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