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El Aventurero y el Legado de las Gemas

  • Foto del escritor: samuel gaitan
    samuel gaitan
  • 4 mar
  • 4 Min. de lectura

Bajo un cielo de zafiros ardientes,

marchó el Aventurero de leyenda antigua,

con un mapa grabado en lenguas de fuego

y un puñal que cortaba las sombras hostiles.


Cruzó desiertos de esmeraldas rotas,

donde el viento gemía secretos de plata;

luchó contra dragones de perlas dormidas

que guardaban minas de oro y amatista.


Al fin, en una gruta de obsidiana pura,

halló el cofre del Tiempo Detenido:

diamantes lloraban como astros caídos,

y un rubí latía, corazón malherido.


Los zafiros, fragmentos de mares eternos,

tejían sus alas con luz de nebulosas;

las esmeraldas, verdes voces de la Tierra,

murmuraban canciones de lluvias remotas.


Mas al tomar la joya del centro (¡el Diamante del Alba!),

una voz retumbó desde el vacío:

«¿Eres digno de este tesoro divino

o prefieres morir con tu sueño vacío?»


El guerrero, con sangre de hierro y poesía,

alzó la gema hacia el filo del viento:

«No temo al abismo ni al fuego del centro,

pues yo soy el puente entre el caos y el cielo».


Y al unir las joyas en un círculo eterno,

se abrió un portal hacia mundos paralelos:

ahora el Aventurero teje constelaciones

con zafiros, diamantes y sueños de acero.


En un rincón del mundo, donde el sol no alcanza,

un aventurero soñaba con hallar su bonanza.

Con mapa en mano y brújula fiel,

partió hacia lo desconocido tras un gran ideal.


Las montañas le cantaban canciones antiguas,

los ríos susurraban historias de joyas distinguidas.

"Busca el cofre oculto bajo la luna plena,

donde los diamantes duermen en calma serena".


Por desiertos ardientes y selvas sin fin,

avanzó decidido enfrentando su sino ruin.

Hasta que un día, al pie de un acantilado,

vio una cueva escondida, como un sueño anhelado.


Dentro, la oscuridad lo envolvía en misterio,

pero su linterna reveló un tesoro primoroso y enterizo.

Joyas brillaban cual estrellas cautivas,

diamantes, zafiros, rubíes y esmeraldas altivas.


Los diamantes relucían como lágrimas puras,

testigos mudos de épocas ya duras.

Los zafiros azules parecían mares dormidos,

guardando secretos de mundos perdidos.


Los rubíes ardían como fuego eterno,

sangre de la tierra en destello moderno.

Y las esmeraldas verdes como prados en flor,

contaban historias de vida y amor.


El aventurero cayó de rodillas ante tal visión,

su corazón latía con intensa emoción.

Pero pronto comprendió que aquellas riquezas,

no eran solo tesoros materiales ni codicias aviesas.


Eran fragmentos de tiempo, recuerdos dorados,

historias de reyes, magos y amores grabados.

Cada piedra preciosa guardaba un relato,

un eco del alma que nunca se ha apagado.


Decidió entonces dejarlas allí, intactas,

para que otros soñaran con encontrar sus huellas exactas.

No necesitaba poseer para sentirse completo,

pues el verdadero tesoro era el viaje secreto.


Salió de la cueva bajo un cielo estrellado,

con el corazón lleno y el espíritu encantado.

Las joyas más preciadas no siempre son materia,

a veces son momentos, memorias sinceras.


Así termina esta historia del buscador valiente,

que encontró algo más grande que cualquier presente.

Un legado de luz, un cofre infinito,

joyas del alma que jamás pierden su mérito.

El Aventurero y el Tesoro de la Tierra


Bajo un sol ardiente, en tierras olvidadas,


marchó el aventurero por sendas aladas,


con botas gastadas y un sueño dorado,


buscaba las joyas del mundo guardado.


Montañas rugieron, los ríos cantaron,


secretos antiguos sus pasos guiaron,


hasta una caverna de sombras profundas,


donde el eco gemía en voces difuntas.


Allí, en el seno de piedra escondido,


halló el gran tesoro, por siglos perdido,


diamantes ardían con fuego de estrella,


cada uno un verso de luz que destella.


Zafiros azules, cual mares bravíos,


brillaban serenos en fríos estíos,


esmeraldas verdes, de bosque encantado,


rubíes ardientes, de sangre sellado.


Las joyas más bellas, por dioses talladas,


en cofres de oro yacían guardadas,


sus manos temblaron al tomar la presa,


un rey sin corona, señor de la empresa.


Mas no era riqueza su único anhelo,


sino el canto vivo de un mundo en su vuelo,


las gemas cantaban de tiempos lejanos,


historias de reyes y pueblos humanos.


Con el tesoro al hombro, dejó la penumbra,


la tierra lo vio con su gloria que alumbra,


un hombre mortal con un brillo divino,


se alzó como dueño de aquel gran camino.

El Tesoro del Aventurero


Surcando montañas, cruzando los mares,

con mapa en sus manos y ansias sin par,

un hombre valiente, de sueños y azares,

salió en busca de un gran despertar.


Leyendas hablaban de un cofre dorado,

oculto en lo hondo de un viejo volcán,

donde mil joyas, por siglos callado,

brillaban en sombras de un reino ancestral.


Rubíes ardientes, de fuego encendido,

zafiros que guardan el canto del mar,

esmeraldas puras, de un verde infinito,

que ocultan secretos de un mundo sin par.


Diamantes danzaban con luces eternas,

reflejos del cielo, de luna y de sol,

tesoros labrados en eras ya externas,

destino de un sueño forjado en carbón.


El aventurero, con manos temblando,

tocó la corona de un viejo monarca,

y oyó en el silencio, susurros flotando:

"Las joyas no pesan si el alma no abarca".


Y así, con su bolsa colmada de estrellas,

partió sin el oro, mas rico de paz,

pues supo que el brillo de aquellas gemas

vivía en su alma, sin miedo y sin más.

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