De la Raíz a la Llama
- samuel gaitan
- 3 sept
- 1 Min. de lectura
Eras el mapa de mis días claros,
el puerto fiel, la risa en el recreo.
El eco que contestaba a mis secretos
con la confianza de un viejo roble,
con la pureza de un papel en blanco.
Juntos trazamos fronteras de amistad,
un territorio libre de pasión.
Tu mano era saludo, no un deseo,
tu abrazo, un refugio de algodón.
¿Quién puso, dime, la semilla oculta
en la grieta profunda del azar?
¿Fue tu mirada que se hizo más lenta
o fue mi corazón que aprendió a mirar?
Un día, el mundo giró sobre su eje.
Una chispa voló en una broma,
un roce involuntario, un silencio largo...
y la piel recordó que era de arcilla
y el aire supo a electricidad.
¡Qué torrente de fuego sereno
inundó de repente el viejo cauce!
El río de la amistad, ya ancho y profundo,
se desbordó en un mar de labios urgentes.
Ya no hay "amigo mío" que no arda,
ni "compañera" que no sea un beso.
La confianza, desnuda y ya sin miedo,
se volvió el lecho donde el amor reposa.
Somos el árbol que duplicó su fruto,
la misma casa con una luz distinta.
El amor fue el terremoto que no rompe,
sino que une la tierra con más fuerza.
Porque en el centro de este incendio nuevo,
late tranquila nuestra antigua esencia:
el amor no borró la amistad,
le dio sus alas para la eternidad.




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